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INTRODUCCIÓN
Como punto de partida he considerado parte del análisis que Arthur Danto hace sobre el arte y la estética en el libro Transfiguración del lugar común, donde se advierte la idea de un objeto o cosa nominado con la etiqueta de “arte”, y también la idea de discriminar en un fin último lo que es y no es arte, y lo que es objeto de arte respecto de las meras cosas. El carácter interpretable de una obra de arte se dirige, en primera instancia, a encontrar y percibir características “similares” de lo que (culturalmente) se conoce como trabajo de arte, hasta concluir en la idea de emitir juicio respecto de las obras como “bellas”, un juicio “estético” que muchas veces se presenta a la inversa. En este juicio de superficie – me refiero al juicio de de la apariencia – cabe la posibilidad de hallar un ejemplo de obra irreconocible, que no alcance la dimensión para ser considerada como obra de arte, aún cuando esté etiquetada con el título de la obra. En este caso la obra no es “oculizada” (analizada con el ojo) y las consideraciones primeras de los “aires de familia” y las obras “bellas” desaparecen. No hay rango de comparación aparente con trabajos que se le asemejen; no alcanza a ser un objeto suficientemente extraño o suficientemente extenso. No hay forma reconocible y por ende la idea de obra se desvanece en un vacío escabroso: el lugar de la obra sin obra, un muro vacío, un suelo vacío. Podemos recordar la obra de Arturo Caríceo, obra invisible 012789, cuya etiqueta revelaba la continuación de la obra en Internet que justificaba el por qué del muro vacío y sin obra objetual. El ejercicio del “muro vacío” ya se trajo a la galería mucho antes, en la época en que Yves Klein (1958) se cuestionaba sobre la obra institucional al exponer un lugar vacío: sin cuadros ni objetos estéticos, sino vacío, aire entre los espectadores, muros en reposo, un ambiente de silencio. En aquél silencio generado surgen internamente las primeras preguntas: ¿dónde está la obra?, ¿dónde están las cosas?, ¿en qué momento aparecen? La obra está ahí, y se hace abierta y congnicible al momento de cuestionar su existencia. La obra comenzó con la concepción de la idea, en el ejercicio teórico y la posible reacción que causaría, y culminó en el momento en que se hizo visible la no-visibilidad de la obra: aquí existe un trayecto, un mecanismo de funcionamiento, un ejercicio de extensión de una obra, una identificación de nodos. La interpretabilidad no es más que otro mecanismo que continúa fuera de esta extensión, lo que no se puede mesurar, lo que es mero juicio particular.
Cada obra demarca su dimensión: lo que no es descrito de antemano no es parte de la obra. Sin embargo, es recurrente la idea de adjudicarle a la “obra de arte” una extensión desmesurada de posibilidades, muchas veces azarosas, de formas y significados. Cuando una obra de arte no demarca sus posibilidades (estéticas) tiende a des-armarse en múltiples definiciones de la misma, y por consiguiente, a dificultar su finalidad como «obra de arte». Dilucidar la intención sintáctica de una obra es descifrar una serie de mecanismos que se encuentran funcionando ante el espectador, que han sido pensados y ordenados para que sea cognicible, entendible, “visible”.
En este ensayo mis intenciones se vuelcan a revisar ciertos tópicos de la estética, en la historia del arte, y establecer una propuesta analítica para las obras de arte, considerando aspectos formales y teóricos a través de un ejercicio para identificar los conceptos de nodo y nexo, y así establecer un método de lectura de una obra de arte.
Para Sebastián Mahaluf la geometría ya no es latente, sino explícita y visible. El conoce (y da a conocer) la importancia de la estructura geométrica sumida en toda figura, para asentar las bases de lo que debemos llamar la forma. La forma no es si no la configuración externa de algo, lo que se percibe y lo que se moldea (o articula) en nuestro ojo. Claro está que no es lo mismo ver una forma que palparla, pues la extremidad es la que finalmente completa nuestro circuito. Entonces aquella "conexión” no es más que el cable a tierra capaz de inscribir el fundamento hipotético de nuestra capacidad inteligible de "percibir" – por ocupar un concepto arnhaneano – lo "imperceptible", respecto de la obra de Mahaluf.
Pero en las obras “geométricas” que él nos propone aun existe aquel elemento fantasma, que he tratado de explicar en estas breves palabras. Estamos conminados a hacer surgir de nuestra imaginación – y refiriéndome puntualmente al propósito de Mnémica – la forma final que Mahaluf nos da a descifrar. Es cierto que la línea, cual sea su extensión, está constituida por ejes o nodos. Cada nodo nos hace pensar en una delimitación (virtual) de formas planimétricas en un espacio inabarcable. Entonces, esta figura, que es el resultado de la proyección virtual de aquellas líneas que convergen en vértices angulares, se encuentra reconsiderando el espacio vacío, o inerte, de cualquier galería de arte, donde esta “geometría latente” se nos manifiesta. Podría atreverme a decir que cada obra de Sebastián Mahaluf es el trazado estructural de lo que falta en la forma para poder definir el arte mismo.
*(La forma se encuentra fuera de la forma)
Un dato importante. Las obras “académicas” de arte se encuentran bajo la estructura que las hace ser “obras de arte” y no otra cosa. De ser así podríamos pensar que las cariátides del Museo Nacional de Bellas Artes son una obra de arte, al igual que el extenso balcón, o mirador, que rodea la gran cúpula de nuestro museo, desde el segundo piso. ¿Por qué no considerarlas? Son parte de nuestra estructura, y a su vez la indumentaria de nuestro templo al que debemos rendir honores. Todo elemento bajo esta consideración podría llamarse obra de arte, u objeto de arte. Sin embargo no es del todo sencillo y ligero el poder catalogar y discriminar lo que es y no es arte. Para ello, Sebastián Mahaluf, un tremendo calculador, penetra más allá de lo visible y palpable, para dirigirse a la médula espinal del cuerpo artístico, lo que sustenta y lo que estructura la gran bóveda que nos cobija.
A propósito de la arquitectura, no es menor pensar que Mahaluf proyecta sus volúmenes lineales a partir de un concepto tectónico, el cual debe ser rígido y calculado. Por ello, al hablar de estructura hay que necesariamente hablar de un ordenamiento espacial. No por ello he de considerar sus obras bajo la técnica renacentista, pero sin duda su pensamiento (técnico) proviene de un pensamiento moderno, el cual ha trascendido merecidamente a través de la historia.
La estructura dentro de la estructura. El soporte de lo que visualmente se percibe como forma finita. Sin lugar a dudas el universo se comprime (y descomprime) en esquemas estructurales, cada vez extendiéndose más hacia el infinito o comprimiéndose al punto de desaparecer, como la forma del caracol, cuya estructura es in-finita, si comenzamos a calcular los cientos de radios que giran en una dirección interminable. En este eje diametral, cuyas direcciones se disparan a instancias inabarcables, se encuentra también lo mesurable de su extensión, y es precisamente la subdivisión del todo, seleccionando porciones de espacio, medibles y representables, capaces de entenderse finalmente como formas. Pero la forma, como dije anteriormente, es un efecto perceptivo de la materia física. Es la determinación de la extensión de un espacio, que a su vez está determinado por otro espacio aun más grande, y luego otro, y así sucesivamente. Mahaluf sabe que, proyectando líneas (ya no virtuales) en el espacio podría estar re-considerando y re-estructurando la forma que dio origen al arte mismo.
En conclusión, la obra de Sebastián Mahaluf es el trazado tridimensional de un espacio estructurado para ser sobre-entendido como forma.